La ciudad: sociedad, espacio y tiempo

INTRODUCCION.

El hombre, a diferencia del animal, es un ser creador. El animal gobernado por sus impulsos naturales no cambia lo que produce ni se cambia. El gorrión sigue produciendo el mismo nido, la abeja sigue fabricando el mismo panal, las hormigas siguen cavando sus cuevas subterráneas. El hombre, en cambio, transforma sus obras y crea nuevas.

Con su ingreso a la cultura el hombre “embozala” sus instintos naturales y aunque no logra eliminarlos, queda en cierta medida libre de los dictados del imperio natural que lo gobernaban en su estado pre-humano. Qué hacer, entonces, sin este gobierno? Tiene que buscar “por sí mismo” su quehacer y entonces, crear?  Ante la “pérdida” de la naturaleza el hombre desea. Pero en el hombre el deseo no se dirige a un objeto fijo, y esto lo distingue del animal cuyo instinto se dirige a un objeto determinado. El hombre en cuanto ser deseante tiene ante sí la posibilidad de múltiples objetos de deseo.

Castoriadis dice que el hombre “organiza para si una parte del mundo físico y lo reconstruye para formar su propio mundo”, pero no es el hombre individual y aislado el que lo crea, es la sociedad conformada por individuos socializados e insertos en  relaciones sociales, la creadora. “la sociedad crea su mundo, le concede sentido y lo abastece de significado” agrega Castoriadis. La sociedad, creando su propio mundo, forma a los individuos que requiere y los incorpora.

El ser humano es un ser social, un “ser con” como diría Heidegger. Aislado no puede formar su Yo, ni ingresar al mundo simbólico que lo constituye en sujeto. Si no es un ser social no puede moverse y actuar en sociedad, ni producir el mundo humano. El hombre es un ser social que se forma y participa en las relaciones sociales, cualesquiera que sean.

El hombre cambia el mundo, no por dictados de la naturaleza, sino por la creatividad que es, según Castoriadis, una facultad de la psiquis. Para Lacan, en cambio, la creatividad es el único medio con el cual el hombre siempre trata de encontrar lo real perdido irremediablemente. Por lo tanto, el hombre es un ser deseante.

La ciudad es una creación de la sociedad, como forma particular de su propio mundo. En la antigua Atenas la política era la actividad social productora de la Polis. No se separaba la política de la sociedad. Para Aristóteles el hombre era un zoon politikon que participaba políticamente en la creación, organización y administración de la sociedad, es decir, de la Polis ,la ciudad política.

LA CIUDAD.

En la antigua Atenas el ciudadano no era solo el que residía en la ciudad sino el que, además,  participaba en la política, participación que le garantizaba los derechos otorgados por la ciudad. El ateniense que no participaba en la política, en las contiendas sociales, ni asistía a la ecclesia donde el demos establecía sus propias leyes, era el atimos que perdía su ciudadanía y sus derechos. De la ciudadanía estaban excluidos los esclavos (ilotas), las mujeres y los extranjeros (metokoi).

En la antigua Roma se distinguió la URBS de la CIVITAS. La primera era el cuerpo material de la ciudad. La civitas designaba a sus habitantes y a sus vidas. El arzobispo Isidoro de Sevilla en la Hispania romana (s. VI d C) pensó la urbs a la manera de orbe o domicilio del género humano: residencia material construida para alojar la población romana, es decir, a los ciudadanos. El ciudadano romano (cives), miembro de la ciudad política  era el varón que gozaba de los plenos derechos privados y públicos, en contraste con los peregrinus, carentes de esos derechos. Con la expansión territorial del Imperio se dio ciudadanía a los habitantes de los territorios colonizados con el propósito de defender el espacio Imperial de la amenaza invasora.

El crecimiento de Roma le presento a la ciudad nuevas necesidades que llevó a su órgano planificador a prefigurar y construir las obras requeridas y deseadas para el engrandecimiento de la respetadísima y amada urbe. Fue así como se construyeron obras tan importantes como el acueducto que llevaba y  distribuía el agua en la ciudad. Pero también estaban los sacerdotes con sus augurios sobre el futuro de los romanos con base en “auspicios” (avis spicio) u observaciones de los movimientos de las aves en los cuales leían supersticiosamente lo que le ocurriría a la ciudad y a sus habitantes. Mientras los planificadores prefiguraban y proyectaban lo que estaba en manos de los hombres, los sacerdotes supersticiosamente auguraban lo que no estaba en manos de los hombres.

LA COMPLEJIDAD DE LA CIUDAD.

Es insuficiente entender la ciudad como la adición de dos aspectos independientes, la urbs y la civitas, pues hay que tener en cuenta la relación entre ellos.

La ciudad es una producción social que aglutina una población humana organizada en un conjunto de relaciones sociales vividas prácticamente (económicas, políticas, religiosas, culturales) con las cuales transforma un espacio físico determinado para construir su mundo humano. La urbs es una construcción  histórico-social que cambia con los cambios de las relaciones sociales que organizan la civitas.

La complejidad de la ciudad dificulta pensarla como una unidad total. La topografías por si misma no puede dar cuenta del suelo urbano puesto que además de físico es una relación  social, por ejemplo, en el capitalismo es una mercancía que se compra y se vende en el mercado de tierras. Su asignación y distribución puede estar determinada por el poder político, por el poder religioso en las sociedades pre modernas, o por el mercado en las sociedades modernas.

La ingeniería y sus técnicas no solo tienen ver las fuerzas y las leyes físicas. Esas leyes son comandadas y dirigidas hacia los fines de la sociedad: la producción y reproducción de sus relaciones sociales. En la construcción de la ciudad esas leyes pueden ser utilizadas en su propio sentido (la gravedad en los alcantarillados), combinadas (principios biológicos, eléctricos y mecánico” en las plantas de tratamiento de aguas residuales), contrarrestadas unas con otras (los ascensores, las grúas y  los instrumentos para elevar el agua por encima de la cota de la fuente). Las fuerzas físicas no se mueven hacia su fin natural, su direccionalidad y objetivo son sociales, es decir adquieren un carácter socio-natural.

La demografía en si misma es insuficiente, porque el crecimiento de la población urbana no es un crecimiento natural como ocurre con los animales en estado salvaje. En la sociedad y, particularmente en la ciudad, depende principalmente de determinaciones sociales. En el capitalismo, tipo de sociedad que acelera el crecimiento demográfico, el crecimiento de la población depende principalmente de la demanda de trabajadores y empleados requeridos por la acumulación del capital incluyendo la emigración campo-ciudad causada por las desigualdades económicas y sociales entre estos dos espacios. Las mismas insuficiencias se encontrarían si se pensaran en mismas la arquitectura, la familia, las costumbres etc. La dificultad de escribir la ciudad como unidad total se encuentra en la multiplicidad y complejidad de las relaciones entre tan variados aspectos, relaciones que precisamente le dan sentido a la ciudad. Podría escribirse la ciudad por capítulos separados: Espacio, Demografía, Economía,  Política etc, pero se perderían las relaciones.

LA CIUDAD Y LA SUBJETIVIDAD.

La subjetividad no nace a priori en la cabeza solipsista del individuo aislado, se va formando y trasformando en el seno de las relaciones sociales prácticas y vividas por la comunidad o la colectividad, es decir, en la experiencia compartida, en  la vida. Posiblemente la ciudad sea el lugar óptimo para la formación de la subjetividad por cuanto congrega un abigarrado conjunto de relaciones sociales.

Las relaciones sociales se hacen posibles por el lenguaje, formador del pensamiento con función comunicativa. En la ciudad, más que en cualquier otro espacio social, se presenta un entramado de múltiples vínculos entre individuos y entre grupos de variado orden que constituyen la vida urbana. Es, pues, en esa matriz de vínculos propia de las relaciones sociales donde se forma la subjetividad social.

Los niños desde que nacen, y aun antes, tienen como horizonte su inmersión la cultura y en las reglas que rigen su sociedad. En la vida, cuando establecen vínculos con los demás aprehenden e interiorizan esa cultura y esas reglas;  y es allí, en la vida de las experiencias compartidas donde se forma la subjetividad social. Pero cada individuo vive una vida particular que si resulta disfuncional a la sociedad es sancionada por ésta. Esta vida individual resulta de la convergencia de múltiples determinaciones: la clase social a la que el individuo pertenece, las características de su familia, la religión que adopta y  la educación que recibe, los objetos de deseo concretos que provienen de sus particulares vínculos sociales sociales etc. Vida que vive un individuo es el modo particular de vivir las relaciones sociales, así como la subjetividad individual es una forma particular de la subjetividad social.

Para Habermas no es en la relación sujeto-objeto sino en la interacción social donde se generan- por medio y con el lenguaje- ideas, creencias y saberes que son  entendibles en esa interacción, y es en ella donde nace la intersubjetividad de la cual participan los involucrados en la acción compartida.

Para el segundo Wittgenstein los “juegos de lenguaje” son conjuntos lingüísticos que nombran cosas y acciones propias de prácticas particulares en las cuales actúan sujetos que participan en ellas: sindicatos, comunidades científicas,   agrupaciones religiosas, escuelas artísticas, pandillas, cada una con su juego de lenguaje particular. A pesar de que hablen el mismo idioma miembros de distintos juegos de lenguaje entienden distinto. “Por desacuerdo se entenderá un tipo determinado de situación de habla: aquella en la que uno de los interlocutores entiende y a la vez no entiende lo que dice el otro. El desacuerdo no es el conflicto entre quien dice blanco y quien dice negro. Es el existente entre quien dice blanco y quien dice blanco pero no entienden lo mismo o no entiende que el otro dice lo mismo con el nombre de blancura” ( J. Ranciere). Cada juego de lenguaje autoriza lo que  se debe decir y lo que se tiene que excluir. Por ejemplo, el discurso de la magia es indecible en las comunidades científicas; el discurso de los ateos es indecible en un Concilio católico, el lenguaje sindical es indecible en un gremio de empresarios.

En la ciudad proliferan múltiples  clases y estratos sociales que hacen parte de la misma estructura social, variadas subjetividades individuales como formas particulares de la subjetividad social, muchas comunidades con sus correspondientes juegos de lenguajes particulares aunque puedan hablar el mismo idioma, muchos modos de vida como formas particulares de la vida social. En la ciudad se viven contradicciones y afinidades, exclusiones e inclusiones, desacuerdos y acuerdos, enemistades y amistades. Los polos de estas parejas no se excluyen, cada   uno se define respecto al otro.

LAS RELACIONES SOCIALES Y SU IMPRONTA EN EL CUERPO MATERIAL DE LA CIUDAD.

Las  relaciones sociales son relaciones de poder, entendiendo el poder como relación asimétrica de fuerza (F0ucault). La fuerza mayor y la menor se requieren mutuamente. Estas relaciones de poder son de carácter político, económico, religioso.

Incorrectamente se ha entendido la economía como “determinante en última instancia” de la cual emanan los sentidos y significados de las prácticas e instituciones ideológicas, políticas, religiosas. Contra la concepción hegeliana de un “centro constituyente” cuyo espíritu impregna de manera particular las instituciones, las prácticas y los conflictos de la sociedad  se debe entender, más bien que lo político, lo económico, lo ideológico convergen para constituir la formación social y para explicar los conflictos. Se trata de una sobredeterminacion o de una “causalidad sobredeterminada” opuesta a la “determinación en última instancia “por lo económico. Pero en el conjunto de poderes convergentes uno de ellos (o algunos) juega el papel predominante. Marx decía que en la Roma antigua el poder predominante era el político, en la Edad Media el religioso, y en el capitalismo el económico.

Entendidas como poderes las relaciones sociales se expresan físicamente en la urbs, en el tejido material de la ciudad. El poder predominante se localiza y construye los lugares estratégicos de la urbs donde se reproduce. En Roma imperial la religión antigua (politeísta) era un asunto del Estado. Así, pues, la Vía al Foro que también culminaba en el Coliseo era de uso político y corría inmediatamente paralela a la Vía Sacra de uso religioso que se iniciaba en el Templo de Saturno.

En la Antigua Atenas la religión politeísta ubicaba a los doce dioses más importantes en el alto Olimpo. Los multiples dioses  con los poderes superhumanos circulaban entre los hombres y como estos eran pendencieros, guerreros, festivos, bebedores, vengadores, coléricos, bondadosos, con amoríos e infidelidades. Los hombres con inferiores poderes,  la religión los ubicaba debajo del Olimpo. Realmente la ciudad estaba configurada espacialmente de tal manera que en la alta colina que dominaba Atenas se encontraba la Acrópolis con el santuario de Artemisa, el teatro de Dionisio y principalmente varias templos y monumentos dedicados a Atenea, diosa de la que tomó su la ciudad. Descendiendo la empinada pendiente y llegando a la parte plana se localizaba el Ágora que estratégicamente encabezaba la ciudad y era sede donde los humanos atenienses discutían y decidían los asuntos relacionados con la organización social de Atenas.

Las Ciudades Episcopales de la Edad Media se originaron, según los historiadores, a raíz del Edicto de Milán (313 dC) firmado por Constantino El Grande, de espíritu tolerante y proclive al cristianismo. El Edicto autorizaba la libertad del culto cristiano, entonces, los seguidores de Jesús construyeron iglesias en las ciudades y poblados para sus ritos y adoctrinamiento. Los obispos llegaron a ejercer el poder religioso y la autoridad sobre los habitantes. Estas ciudades episcopales proliferaron entre el siglo V  y el X , en este largo periodo la Iglesia construyó catedrales en medio de las ciudades como sedes de los obispos lugares del culto. Estas altas e imponentes catedrales (con residencia para el obispo y conventos anexos) fueron los lugares estratégicos del poder religioso. Desde allí se llamaba y convocaba a los habitantes a los ritos religiosos y al pago de los diezmos, y la autoridad ejercía el control moral y civil, pues esos llamados cubrían todo el espacio de la ciudad.

Cuando en Cali se inicia la modernización capitalista en las décadas de los 30 y 40 del siglo XX, lo económico en su triple actividad industrial, comercial y bancaria, se ubica en los lugares estratégicos, favorables a la rentabilidad. El comercio y los bancos se localizan en el lugar cercano a las viviendas de los compradores y usuarios de esos bienes y servicios: la Plaza de Caicedo y su entorno inmediato. La demanda de suelo para la construcción de almacenes y bancos elevó los precios de la tierra en ese espacio central y la búsqueda de la rentabilidad determinó la construcción de edificios en altura (10 o 12 pisos). La elevación de los precios indujo a vender las casonas residenciales irrentables de dos plantas para ceder el suelo  para la construcción de esos edificios. Allí la ciudad creció hacia arriba. La industria, en cambio, no necesitaba la cercanía de esos demandantes de bienes y servicios, y los altos precios del suelo en ese espacio central elevaban los costos de producción industrial. Entonces la industria se localizó, más bien, en terrenos alejados y de menos costosos, pero con ventajas de localización: la carrera octava, la carrera primera y la calle 25, inmediatas a la vía férrea donde minimizaban los costos de transporte de los productos industriales y de las materias primas. El poder económico orientado a la optimización de la rentabilidad del capital encontró sus lugares estratégicos. Generalizando se puede afirmar que las relaciones sociales, o mejor, el poder que ellas implican, dejan su impronta en la urbs de tal manera que sirva para su reproducción.

LA CIUDAD Y LA HISTORIA.

El ser humano y sus creaciones cambian, es decir, son históricos. La ciudad como obra humana tiene historia. Cuando las nuevas relaciones sociales encuentran viejas ciudades que no les son funcionales, las extinguen o las refuncionalizan, es decir, las readecuan.

Las ciudades de la antigüedad eran  “ciudades rurales”, además de que dependían de la agricultura, los valores, las costumbres, los comportamientos, la manera de ser de los habitantes del campo eran predominantemente rurales. En la modernidad el campo es urbanizado, no solamente porque la ciudad se extiende físicamente sobre el espacio rural y lo transforma sino porque ethos urbano cambia la manera de ser campesina. La agricultura cambia el modo de producir y pasa a depender de los capitales acumulados por el sistema financiero. En cuanto la ciudad capitalista adquiere autonomía y dominio sobre el campo, se considera que la verdadera ciudad es obra de la modernidad.

Un    periodo histórico del cambio de las ciudades europeas ocurrió en el marco de la transición del feudalismo  al capitalismo en los siglos XIII y XIV: Florencia, Milán, Venecia, Génova, Brujas, Lieja, Lubeck, Rostock y otras, fueron  ciudades donde se asentaron mercaderes que recorrían largas distancias en sus actividades exportadoras e importadoras, manufactureros que compraban materias primas para transformarlas y venderlas en Europa, banqueros que custodiaban o captaban dineros de las personas enriquecidas para darlos a crédito cobrando intereses. Era la burguesía naciente y poderosa que dotó a las ciudades de novedosas y esplendidas construcciones y les dio una vida urbana dinámica y febril. Esa burguesía entró en conflicto con los “Señores de la Tierra” que le cobraba peajes, pontazgos, portazgos, por donde las hansas burguesas transportaban sus mercaderías y sus dineros, y que además disponían de  mano de obra servil. La burguesía naciente requería trabajadores y empleados para dedicarlos a las labores de transporte, almacenamiento y movilización de mercaderías, actividades bancarias, seguridad, contabilidad, elaboración de los productos manufacturados etc. Por su parte, en los feudos los trabajadores sometidos los Señores de la Tierra por medio de relaciones serviles, sin libertad de movilización social, sometidos al pago de altos tributos, estaban tentados a emigrar. “la ciudad os hará libres” se leía en las puertas de las tentadoras ciudades burguesas cuya imagen ofrecía libertad, bienestar, progreso y una vida más feliz. Los siervos huyeron ante las ofertas de la modernidad, y esta emigración aceleró el crecimiento de la población urbana.

Con la seducción (o con la violenta descomposición del campesinado en Inglaterra)  las ciudades comenzaron a crecer demográficamente y a presionar la expansión territorial de las ciudades, es decir, a urbanizar el campo. Concluida la transición y triunfante el capitalismo como sistema articulador de todas las actividades económicas, su ritmo creciente de acumulación del capital implico un ritmo creciente de trabajadores y de crecimiento demográfico urbano por cuanto en las ciudades se concentraba  estratégicamente las principales actividades del capital (en el campo sus actividades complementarias). A lo largo del tiempo de la acumulación del capital, éste fue demandando mano de obra para sus crecientes actividades y negocios, y además para un “ejército industrial de reserva” disponible para el próximo incremente del capital. Pero estas demandas de mano de obra fueron excedidas por una oferta de trabajadores que provenían o se desplazaban del campo donde vivían en condiciones de penuria. (en Colombia las sucesivas violencias rurales han causado esta sobre-oferta de mano de obra). Este “exceso de población” en la ciudad se localiza en los terrenos de más bajos precios, de más bajas demandas, no apetecidos: terrenos inundables, de altas pendientes es decir que implican altos costos de construcción, o en zonas periféricas, alejadas de los centro, con altos costos de transporte y prolongado tiempo de movilización. Es decir, la “lógica” del poder capitalista- la del mercado- localiza a los pobres donde es más costo vivir. (Contrario a los neoliberales, el mercado no produce igualdad social). Además, el acelerado desarrollo tecnológico aplicado a las actividades del capital busca una creciente productividad del trabajador, de la rentabilidad, y por tanto reduce la capacidad de generar empleo.

El capitalismo, y no las leyes naturales del crecimiento poblacional, determina el alto crecimiento de la población humana y el desempleo, pero hay que agregar que el desempleo no es un fenómeno disfuncional del capital: el desempleo, en cuanto oferta de mano de obra, presiona bajos salario, menores costos de producción, mayor rentabilidad. Si el desempleado se “rebusca la vida” como vendedor callejero está actuando como vendedor de las mercancías del capital.

El crecimiento demográfico de las ciudades generado por el capital y la dinámica de la modernización  (realización de la apología que la modernidad el progreso), han terminado generando la hiperinflación urbana: enormes extensiones de las ciudades que no son vividas ni utilizadas por el ciudadano, áreas deterioradas, polución, congestiones de vehículos en las vías, accidentalidad, largos recorridos y prolongado tiempo en la movilidad cotidiana de los habitantes. La solución de estos problemas requiere cuantiosas inversiones que los contribuyentes y las municipalidades difícilmente pueden financiar. Pero, además, hay que considerar el stress de la vida acelerada por el ritmo de la acumulación del capital, la falta de tiempo para el cuidado de los niños y para la presencia familiar que los ancianos necesitan, la pobreza en las barriadas marginales, la extensión de la competencia del mundo empresarial al mundo de las personal, el individualismo que deteriora la vida en común, la vida en urbanizaciones y condominios que reúnen pero no unen a los residentes, la delincuencia por necesidad o por afán de enriquecimiento, las exclusiones y la falta de reconocimiento, la sociedad de consumo, del espectáculo, de la frivolidad, de la obscenidad que sustituye al placer. Hay que mencionar algo que produce y reproduce los probemas mencionados: La educación orientada al “tener” que excluya la formación para la convivencia, la vida civilizada, la elevación del espíritu humano por encima de lo buradamente prosaico.

El bienestar (que no se limita a la posesión de cosas), la fraternidad, la igualdad, la libertad, la felicidad que inicialmente la modernidad ofreció las deterioró o sepultó el hipercrecimiento de esa misma modernidad, su exceso, su inflación.