Una refutación de Dios paradigma del poder.
Oscar Espinosa Restrepo
Psicoanalista
Dios, tal como lo concibe el monoteísmo es la referencia obligada del poder absoluto sobre todas las cosas y todo el saber, y las tres religiones llamadas “del libro” proclaman que Dios es también la fuente de todo poder humano, o personal, convirtiéndolo en paradigma de la autoridad de todos los que gobiernan o se consideran jefes de cualquier rango en todas las sociedades que han existido hasta hoy. Por eso es necesario tener en cuenta una visión como la de Baruch Spinoza que contradice la personalización de Dios y refuta en profundidad la divinización del poder.
Me baso para este estudio en la publicación de la Editorial Porrúa de la Ética y el Tratado teológico-político de Spinoza (México 1998) y los profundos estudios de Pierre-François Moreau sobre la filosofía de Spinoza, principalmente en su gran libro Spinoza L’expérience et l’éternité (PUF 2012).
El modelo de la matemática es el mismo de la necesidad: una figura geométrica cualquiera no admite la pregunta ¿para qué sirve? Ni la pregunta ¿quién la creó?; sólo admite definición de sus propiedades y de las consecuencias de sus propiedades y las leyes que las rigen. Por eso Spinoza, tomando como modelo el de las matemáticas, habla de Dios en los mismos términos rigurosos que un matemático emplea para describir una figura geométrica, como algo que se despliega según las leyes de la necesidad y cuyas propiedades se derivan de su naturaleza: “He explicado en lo que precede la naturaleza de Dios y sus propiedades, a saber: que existe necesariamente; que es única; que es y obra por la sola necesidad de su naturaleza; que es la causa libre de todas las cosas y en qué manera lo es;… que todo ha sido predeterminado por Dios, no ciertamente por la libertad de su voluntad, o, dicho de otro modo, por su gusto absoluto, sino por la naturaleza absoluta de Dios, es decir por su potencia infinita.” (Ética I apéndice ob. Cit. P. 29)
Así comienza, por lo tanto, Spinoza a definir a Dios: “Entiendo por Dios un ser absolutamente infinito, es decir, una sustancia constituida por una infinidad de atributos de los que cada uno expresa una esencia eterna e infinita”. (Ética I definición VI Ob. Cit. P.7) Y en la proposición XVI continúa: “De la necesidad de la naturaleza divina deben seguirse en una infinidad de modos una infinidad de cosas, es decir, todo lo que puede caer bajo un entendimiento infinito”. (Ética I XVI ob. Cit. P17) En otras palabras, como nos explica Moreau, Dios no solamente “existe necesariamente y nada puede ser concebido sin él” sino que “su principal característica, será la de ser productivo; y la de producir cosas que serán no menos necesariamente productivas. Se trata pues de describir un universo en el que todo lo que es actúa y tiene efectos, no siendo Dios en el fondo nada más que ese principio mismo de actividad presente en todo. En último análisis, “Dios es la presencia, en cada cosa singular, de la vida.”
Dios como principio de vida en Spinoza (Cfr. Eros en Más allá del principio del placer de Freud, quien a su vez nos remite a Eros en el Banquete de Platón) es sencillamente lo opuesto al Dios de toda la tradición judeocristiana que nos lo presenta personalizado a su imagen y semejanza, con su voluntarismo, sus prejuicios y en una palabra como suma de toda superstición, cito: “…los que confunden la naturaleza divina con la humana, atribuyen fácilmente a Dios las afecciones del alma humana, sobre todo durante el tiempo en que ignoran aún como se producen estas afecciones”. (Ética I VIII escolio 2 ob. cit. p.10).
Según Spinoza imaginarse a Dios con un cuerpo y un espíritu sujeto al ataque de las pasiones, es concebirlo como un mago que saca cosas del cubilete de la nada, y las inmortaliza o no según su santa voluntad. Que además puede cambiar los efectos necesarios de sus creaciones (milagros) y hacer, por ejemplo, que la suma de los ángulos de un triángulo no correspondan a dos rectos, pues no es otra cosa lo que pretenden los que piden a Dios su intervención para que cambie en su favor las leyes de la naturaleza. La crítica de Spinoza es la crítica del antropomorfismo teleológico y teológico. Pero Spinoza, lo mismo que Feuerbach y Marx, lo mismo que Freud y Nietzsche, no hace de la crítica un escándalo y una calificación valorativa del género humano sino que explica los prejuicios e ideas religiosas de los hombres como resultado necesario de la ilusión del libre albedrío. Vale decir la crítica es en verdad interpretación y análisis de procesos necesarios de causas y efectos. Pero Spinoza está más cerca, o más anticipado, de Freud y Nietzsche porque él no piensa como Feuerbach, por ejemplo que la idea religiosa de un Cristo suprahumano sea la encarnación de los sentimientos sobrenaturales del hombre y que representa por lo tanto algo de su esencia. No, Spinoza piensa que las figuras míticas que los seres humanos proyectan no revelan lo que ellos son sino lo que creen ser. Por lo tanto para Spinoza como para Freud y Nietzsche, siglos después, no basta interpretar el prejuicio, más aún, no se trata de interpretarlo sino de desmontarlo mediante el pleno conocimiento de sus necesarios mecanismos de producción y reparar sus efectos.
Pero veámoslo en las palabras y estilo de Spinoza: “No han podido, (los hombres) efectivamente, después de haber considerado las cosas como medios, creer que se han hecho por sí solas, sino que, sacando sus conclusiones de los medios que acostumbran a procurarse, han tenido que persuadirse de que existían uno o varios directores de la naturaleza, dotados de la libertad humana, que proveían a todas sus necesidades y todo lo habían hecho para su uso. No habiendo recibido jamás información alguna respecto de la complexión de esos seres, han tenido también que juzgar de ella con arreglo a la suya propia, y han admitido que los Dioses dirigen todas las cosas para uso de los hombres a fin de atraérselos y de ser considerados por ellos con el mayor honor; y por esto ha ocurrido que todos, refiriéndose a su propia complexión, han inventado diversos medios de rendir culto a Dios a fin de ser amados por él por encima de los demás, y de obtener que dirigiese la naturaleza entera en provecho de su deseo ciego y de su insaciable avidez. De esta suerte, dicho prejuicio se tornó en superstición, y echó profundas raíces en las almas; lo que fue para todos un motivo de aplicar todos sus esfuerzos al conocimiento y a la explicación de las causas finales de todas las cosas. Pero tratando de demostrar que la naturaleza no hace nada en vano (es decir, nada que no sea para uso de los hombres), parece que no han demostrado otra cosa sino que la naturaleza y los dioses están atacados de igual delirio que los hombres. ¡Considerad, os lo ruego, hasta qué punto se ha llegado! Entre tantas cosas útiles ofrecidas por la naturaleza, no han podido dejar de encontrar buen número de cosas nocivas, tales como las tempestades, las enfermedades, los temblores de tierra, etc., y han admitido que dichos hallazgos tenían por origen la cólera de Dios excitada por la ofensas de los hombres hacia él o por los pecados cometidos en el culto; y, a despecho de las protestas de la experiencia cotidiana que demuestra con ejemplos sin número que los sucesos útiles y los nocivos escogen sin distinción a los impíos y a los piadosos, no han renunciado por esto a ese inveterado prejuicio. Han encontrado más fácil colocar ese hecho en el número de las cosas desconocidas cuyo uso ignoran, y permanecer en su estado actual y nativo de ignorancia, que derribar todo este andamiaje e inventar otro.” (Ética I apéndice ob. Cit. P. 30)
Todo este andamiaje denominado por Marx ideología dominante procede de la política y causa efectos en ella. Todas las instancias de poder tienen un definido interés en mantener al vulgo en la ignorancia y en la superstición. Las consecuencias teológico-políticas de este hacer de la voluntad de Dios el asilo de la ignorancia son evidentes y siempre se dan con variados matices: “Y así sucede que todo el que busca la verdadera causa de los prodigios (milagros) y se aplica a conocer como sabio las cosas de la naturaleza en vez de maravillarse de ellas como un tonto, es tenido frecuentemente por hereje o impío y proclamado tal por aquellos que la vulgaridad adora como intérpretes de los dioses y de la naturaleza. Saben que destruir la ignorancia es destruir el asombro imbécil, es decir, su único medio de razonamiento y salvaguardia de su autoridad.” (Ética I apéndice ob. cit. p.32)
Hay pues un doble registro muy arraigado en lo natural y en lo social: se cree en el conocimiento de las acciones y se deja de lado el desconocimiento de las causas. Esto permite sostener el libre arbitrio de Dios y respaldar en ello el poder de toda autoridad social basada en la represión y la ideología religiosa. Sobre esto comenta Moreau: “Conferir a Dios el libre arbitrio, es rehusarle vivir la necesidad universal, es situarlo bajo el signo de gratuidad, es decir de la impotencia. La única libertad digna de Dios es la activa producción que es su ley. Su libertad consiste en que nada puede hacer coerción sobre él porque No puede darse ni ser concebida fuera de Dios sustancia alguna. Y: Todo lo que es, es en Dios y nada puede existir ni ser concebido sin Dios. (Ética I 14 y 15 ob. Cit. P. 14)”. Audacia inconcebible para toda ideología religiosa y toda pretendida autoridad basada en ella: Dios no sería un creador, no crea nada sino que produce de acuerdo con la necesidad de su propia naturaleza y por consiguiente se identifica con la totalidad de su producción y no con una minúscula parcela de la misma como sería el género humano.
Sobre esta concepción de la divinidad se basaron todas las acusaciones de ateísmo y panteísmo que se hicieron contra Spinoza porque si todo es Dios entonces Dios es nada, ¿qué podría ser más blasfemo no solo para su época sino para centurias por venir? Estoy seguro de que si hoy no hay más gentes escandalizada con tales afirmaciones es porque casi nadie las lee, Spinoza sigue siendo un pensador casi desconocido, o qué piensan ustedes que les pasaría a los electores de republicanos en Estados Unidos con tal lectura, sabiendo, como sabemos, que odian a Darwin porque la evolución pone en duda el creacionismo bíblico.
Y no es solamente una cuestión de estilo como se ve ya en la transcripción del siguiente dialogo que Spinoza incluye en el Breve Tratado, uno de sus escritos pioneros, ahí discuten el Entendimiento, la Razón y la Concupiscencia como si fueran personajes:
“El entendimiento: En mi concepto la naturaleza no puede ser considerada sino en su totalidad, como infinita y soberanamente perfecta, y si tú tienes alguna duda, interroga a la Razón y ella te lo confirmará.
La Razón…: La naturaleza es una unidad eterna infinita, omnipotente, que comprende todo – y nosotros llamamos a su negación la nada.
La concupiscencia: Verdaderamente todo eso concuerda bien singularmente: ¡la unidad no sería sino una con la diversidad que veo por todas partes en la naturaleza! Pero ¿cómo? Yo veo que la substancia que piensa no tiene nada en común con la sustancia extensa y que la una limita a la otra…
La Razón: Tu pretendes, Concupiscencia, que hay dos substancias distintas, y eso, yo te lo digo, es falso. Pues veo claramente que hay una substancia que es única, subsiste por ella misma y es el soporte de todos los otros atributos… Querer, sentir, comprender, amar, etc., son diferentes modos de lo que tu llamas substancia pensante, modos que tu remites todos a la unidad y de los que tú haces una cosa única; de la misma manera, y en virtud de tu propia demostración, yo concluyo que lo extensión y el pensamiento infinitos, junto a otros atributos infinitos (de otra substancias , dirías tú) no son nada más que modos del ser único, eterno, infinito, existente por sí mismo; y de todos esos modos, lo hemos dicho, componemos un ser único y una unidad fuera de la cual no se puede representar nada. (Corto Tratado, diálogo que es la continuación del capítulo II de la 1ª parte).
“Pero ¿por qué esta sustancia consistente en una infinidad de atributos no permanecería en ella misma sin modificaciones?,” se pregunta Moreau, para enseguida explicarnos: “Porque permanecer en ella misma es justamente continuar viviendo en todas sus consecuencias: el triángulo no es menos triángulo por el hecho de que la suma de sus ángulos es igual a dos rectos: por el contrario, el rigor teórico de la definición es inmanente a su consecuencia: ella la subtiende y le da la solidez matemática que le hará a ella misma producir otras consecuencias.”
Lo podemos ver en las propias palabras de la Ética: (demostración de la proposición 16, ob. Cit. P.17): “Esta proposición debe ser evidente para todos, si se considera que, según la definición que se supone dada de una cosa cualquiera, el entendimiento concibe muchas propiedades que son en ella realmente consecuencias necesarias (es decir, que se siguen de la esencia misma de la cosa), y tantas más cuanto más realidad se expresa por la definición de la cosa, es decir, está envuelta en su esencia. Como por otra parte la naturaleza divina tiene una absoluta infinidad de atributos (Definición 6), cada uno de los cuales expresa una esencia infinita en su género, de su necesidad deben seguirse en una infinidad de modos una infinidad de cosas, es decir, todo lo que puede caer bajo un entendimiento infinito. C.Q.F.D.”
Lo más revolucionario de este pensamiento es que no hay jerarquización alguna. Dios está presente en todos los modos: no se pueden categorizar según una presunta proximidad a él. Además los modos finitos son tan reales como los infinitos, son modificaciones necesarias que no se pueden reducir unas a otras ni desaparecer por un alejamiento supuesto de la fuente divina. “La metafísica de Spinoza, concreta Moreau, no es una visión de la pérdida de las cosas en Dios, sino de la presencia de Dios en las cosas, lo cual es bien diferente.”
Y no es solamente el profundo cuestionamiento del poder fundado en una personalización de Dios, sino también el cuestionamiento de la práctica de la vida, regida por la pretendida voluntad omnipotente del Dios personalizado. Y, de hecho, con su Ética Spinoza cuestiona la moral que remite la existencia a los valores trascendentes y refuta la falsa oposición entre el bien y el mal sustituyéndola por una diferencia cualitativa de modos de existencia buenos y malos. Es lo que se aprecia en todo lo que formuló la filosofía B. Spinoza como una teoría y práctica del buen vivir, que alcanza con él una nueva dimensión, y no porque haya partido de lo que se había planteado desde los griegos hasta Descartes sino más bien por la crítica de lo que se había expuesto como filosofía y moral.
Además de a Moreau, en este planteamiento tenemos en cuenta también a Deleuze (Spinoza Philosophie pratique 2003 Minuit p37): «Si la Ética y la Moral se contentaran de interpretar diferentemente los mismos preceptos, su distinción sería solamente teórica. Pero no es así. Spinoza en toda su obra no deja de denunciar tres especies de personajes: el hombre de las pasiones tristes; el hombre que explota esas pasiones tristes, que tiene necesidad de ellas para asentar su poder; en fin, el hombre que se entristece ante la condición humana y las pasiones del hombre en general (él puede burlarse o indignarse, pero esta burla misma es una mala risa). El esclavo, el tirano y el sacerdote… trinidad moralista. Jamás desde Epicuro y Lucrecio se ha mostrado mejor el vínculo implícito entre los tiranos y los esclavos.” Y Deleuze cita a su turno el Tratado teológico-político: “El gran secreto del régimen monárquico y su interés profundo consiste en engañar a los hombres, travistiendo del nombre de religión el temor con que se les quiere mantener de la rienda; de suerte que ellos combaten por su servidumbre como si se tratara de su salvación.” Y continúa Deleuze la cita más adelante: “Los más ardientes en abrazar toda especie de superstición no pueden dejar de ser aquellos que desean más inmoderadamente los bienes exteriores.” De donde se concluye que lo que los une es el odio a la vida y el resentimiento con la vida.
Hay pues, según Deleuze, una filosofía de la vida en Spinoza, que consiste en denunciar todos los valores trascendentes que nos separan de la vida y que están ligados a las ilusiones de la conciencia, a las susodichas categorías del Bien y del Mal, al pecado y la redención, en síntesis la culpabilidad convertida en odio contra sí mismo. Spinoza hace la enumeración y descripción de todas las pasiones tristes hasta llegar a las, tan de moda, esperanza y seguridad. Sabe encontrar esa tristeza que subyace en los sentimientos de los esclavos. Y para seguir con algo muy de moda Spinoza nos anticipa que “es a los esclavos y no a los hombres libres que se otorgan recompensas por su buena conducta. Antes que Nietzsche denuncia las falsificaciones y los falsos valores, y antes que Freud nos muestra que la vida se puede convertir en un culto a la muerte. Culto a la muerte que junto con el culto a Dios personalizado es otro de los modos que sirven a la autoridad, estatal y/o religiosa, para mantener y aumentar su poder sobre los que a ella se someten de grado o por fuerza.