A la memoria de mi hijo Fernando
Pasado el medio día
lo elemental dobla las hojas
y los templos entran en la penumbra
de los ciegos.
El corazón muralla viva, asilo
del tormento se alista en ese
cotidiano esperar y sólo escucha
la soledad del viento.
El ruido es lento y descienden
los silbos de un tren imaginario
que va lejos sin carga
ni pasajero a bordo.
¿En dónde queda el cielo
cuando los sueños suben o dan su orilla
para llegar más alto a quien quiso
dormir con las estrellas?
Los que llegan nada preguntan
miran las puertas y los patios
y escuchan el gotear del techo
que inconsulto acogió la lluvia
mientras los sueños -anclaje
mar de leva- me guardan
cuanto dice a mi alma este fluir
amargo, este nada decir que sigue
mar adentro.